sábado, 2 de marzo de 2013

Estío*

El avión se acercaba. Escuchaba el ruido. Escuchaba los motores... mi desesperación iba aumentando, como el sonido en toda la quinta de mi abuela. Rápido, pensé ¿cuál era el mejor lugar para esconderse? Las higueras. Y ahí fui.
El avión pasó anunciando el circo de la temporada, los descuentos y las maravillas que traía, con una voz estruendosa y ronca que retumbaba a lo lejos.
A mi no me importaba: mi abuela era inmune a su poder de avión todo poderoso que nos sobrevuela, pero yo no. Con solo verme me esfumaría en el aire, desaparecería. La abuela seguía en sus tareas, las gallinas también. Pero yo estaba a salvo bajo los grandes higos de verano.



*Comencé a leer anoche "El vino del estío", de Ray Bradbury,  el protagonista va a juntar frutas silvestres al bosque con su hermano y su papá. Desde que entra al bosque está pensando que hay algo que lo persigue, pero que solo él ve. Luego, entiende que ese algo es una ola gigante que lo arrasará todo en pocos minutos. En un momento cierra los ojos, y antes de abrirlos piensa que verá todo devastado y  gris, el gris del barro que quedará atrás luego de que la ola se llevara los pinos y los setos. Pero todo sigue ahí... todo fue una idea suya.

Me encantó esa sensación, que tuve de chica, cada vez que una avión de circo, en su mayoría, o de cabotaje, pasaba sobre la ciudad. Casi siempre me atrapaba una sensación de miedo, angustia, de querer correr para todos lados. Similar a la de esconderme bajo las sábanas cuando pensaba que algo acechaba en mi pieza.
Y a eso me hizo acordar este libro, que promete traer muchos recuerdos más.

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