sábado, 12 de febrero de 2011

Uruguay.

(Ésta reseña de nuestro viaje al otro lado del charco la escribí para Santiago, redactor del blog Viajando por Uruguay, quién nos proporcionó toda la información sobre las murgas, el carnaval y Uruguay que necesitamos para guiarnos allá).

Este verano redescubrí el mar. Bah… si nos vamos a los mapas, lo que vi en realidad la semana pasada en Piriápolis es el vasto y hermoso Río de la Plata. Hace casi 19 años, cuando tenía apenas 3 años, fuimos a Punta del Este con mis viejos y unos amigos de la familia. Ahora, con Mario y mis amigos Mariela y José, fuimos al límite del río con el mar… aunque el agua saladísima, las aguas vivas y las olas me parecieron bastante mar para un reencuentro con él.
Uruguay. El sólo hecho de recorrer sus rutas me dieron una sensación de paz. Tranquilas, poco transitadas y con autos de varios años de antigüedad le dan un toque de las buenas viejas épocas. Varios kilómetros por la ruta 2, desde Fray Bentos hasta la localidad de San José, para empalmar allí con la ruta 3 hasta la autopista 1 que lleva hacia el este.
Antes del este, visita obligada a la hermosa e histórica ciudad de Montevideo. Llegamos a Tres Cruces, su gran terminal para hacer el cambio del dinero argentino al uruguayo (primera vez que tengo en mi billetera esta moneda) y estirar las piernas después de casi cinco horas y media de viaje, en camioneta, desde mi querida Concepción del Uruguay, Entre Ríos.
Era viernes 4 de febrero. Santiago, quién me pasó toda la información sobre las actividades del carnaval en los tres días que estaríamos de este lado del charco, me había dicho que ese día era la segunda noche del desfile de Las Llamadas… ¡cómo perdérselo! Tanta historia, tanto encanto, tanta cultura y tanto candombe, en un solo lugar! Y tanta gente además. “Tienen que llegar temprano así encuentran lugar bien adelante para ver el desfile de cerca, o tener un ejército de pitufos adelante para ver bien”, nos sentenció Santiago, días antes en un mail. No llegamos tan a tiempo… y así y todo vimos de lejos y todo. La hermosura y la alegría del evento, tan antiguo y tan actual, estaba reflejada en las caras de las cientos (por qué no miles) de personas que aplaudían el paso de las comparsas. Si hasta yendo por la avenida 18 de Julio, a unas cuantas cuadras de la calle Carlos Gardel por dónde pasaban los tambores, se escuchaba el retumbar por las calles que bajaban al río en Montevideo, en una noche especial, en muchos sentidos.
Comimos una buena hamburguesa, la mía llevaba champignones, para darle más combustible al cuerpo que tenía que aguantar tanto calor humano en esa esquina. Cerca de las dos de la mañana, cuando ya habíamos visto bastante desfile, nos fuimos por Durazno hacia Convención. Foto típica de rigor mediante, la noche terminaría en una estación de servicio de las afueras de la ciudad, durmiendo dentro de la Fiat Ducato que fue nuestro hogar durante el fin de semana.
Al otro día tempranito desayuno con pan francés y manteca Conaprole, un clásico si se viene al Uruguay, y un sabor a extrañar cuando se va hacia Argentina. Partimos rumbo al este. Destino: Piriápolis.
Allí tuvimos dos días de mar intenso. Olas muy divertidas, comidas exquisitas y paseos con vistas monumentales. Esa tarde de sábado estuvimos en la playa frente al hotel Argentino… como para no extrañar, ¿no? Después del bronceo del primer día, baño para sacarse la sal que queda bastante bien adherida al cuerpo y paseo frente al mar. La noche tuvo su cena frente al mar también… Todo lo más posible frente al mar, una forma, supongo, de llevarnos a la ciudad de origen, la mayor cantidad de mar posible… su sonido, su sabor, su aroma, su bruma. El menú fue arroz con hamburguesas. Todo simple, todo económico que fue algo que nos propusimos al partir y que cumplimos bastante bien.
El paseo nocturno por la ciudad costera tuvo su culminación con una Pilsen para mí, y un café cargado para mis amigos, arriba del cerro San Antonio (el de las sillas … ) El viento y el fresco de esa noche no pudo contra la belleza de la vista iluminada de la bahía. Nos quedamos allí bastante tiempo más del que creíamos que aguantaríamos al frío, ya de la madrugada. Lo que nos movilizó a bajar fue la propuesta de José de estacionar la camioneta en la rambla para dormirnos con el sonido del mar de fondo y levantarnos con la vista única del mismo, las olas rompiendo en esponjosas espumas blancas y la brisa pegándonos en las caras recién despiertas de la mañana del domingo.
El último día en Piriápolis tuvo mucha mar para nosotros. El viento del día anterior continuaba y se notaba en las olas que tenían más altura y fuerza. Las barrenadas, el baño obligado y la partida a Montevideo con la vista plantada en el mar que se alejaba con los kilómetros, prometiendo, en silencio y para mis adentros, volver a verlo pronto.
Montevideo seguía tranquila, como creo que es su costumbre. Viviendo en Argentina me habitué al tráfico abundante y acelerado, las malas maniobras, las bocinas y las malas caras. Si eso existe en Montevideo, al menos en esos días, se había tomado un descanso.
Con lugares tan magníficos en la rambla, la vista para volver a cerrar los ojos y descansar fue nuevamente el agua. Nos levantamos temprano al otro día con la noticia de que estábamos estacionados en un lugar prohibido. Salimos de ahí ya con la brújula marcando el oeste. Un paso por Tres Cruces nuevamente, para cambiar el resto del dinero, echar combustible y emprender la retirada…
Hacer el trámite en la aduana para volver a ingresar a nuestro país me dio esa sensación que uno tiene cuando viaja… o al menos yo la tengo. Ver los últimos indicios de la cultura y la sociedad en la que estuviste involucrado esos últimos días, la que te prestó un lugarcito para que la conozcas, despedirse inconscientemente hasta de su gente. Esas ganas de querer volver a tu ciudad y de querer quedarte, imaginarte cómo sería tu vida en ese lugar, viajar, terminar el recorrido, despedirte también de tus amigos que fueron tu familia en esas largas y entretenidas jornadas.
Uruguay… un destino al que me propuse visitaría seguido. Un país que enamora. Y eso que sólo probé una pizca de lo que ofrece.

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