miércoles, 27 de marzo de 2013

Fila

Hoy, como hacia mucho no me tocaba (y como espero no tener que hacerlo seguido), tuve que hacer cola en el banco. Banco Nación. Día previo al feriado laaargo de Semana Santa y Malvinas. 8 y piquito de la mañana. Igual a: un infierno de gente.

La cola giraba dos veces sobre sí. Había personas de las más variadas. Atrás mío, una señora "del centro", que venía de hacer cola en el registro civil para hacer el documento de identidad de su nieto. Repitió (sin mentirles) nueve, diez veces la misma historia: que antes daban turno, ahora no; que antes podía venir y firmar ella, ahora tiene que venir el chico y sus papás; que "para mí esto es un curro"; que dentro de poco van a decir que vayas a pedir turno en monopatín y moño rojo"; que no podés pasar al exterior; que "tengo que renovar mi pasaporte, ahora que lo pienso".
Atrás de ella, un alma piadosa y, creo que como yo, también cansada del cuento de la señora, le ofreció un banco del otro lado de la cola: "total, nosotros le cuidamos el lugar, hasta que lleguemos, no se preocupe". Al alejarse la señora, el me miró con expresión socarrona y cómplice.
Adelante, un señor de unos setenta, setenta y cinco años, se aburría (como yo) del cuento del DNI que no fue, y empezó a contar. Así, ahora sé que en el techo del Nación hay treinta y cinco focos y que en la fila teníamos a treinta y siete personas adelante.

Más adelante o más atrás, estaban todos: el canchero, que habla de plata, cheques y compras a dos señoras que lo preceden en la cola. La oficinista, con anteojos de marcos anchos y que lee para amenizar la espera. El jubilado que, ante el ofrecimiento de un asiento por parte de un menor, se niega rotundamente con un "no m'hijo, yo estoy bien". El jubilado que se sienta y explora con la vista. La señora que habla. El señor que frunce el ceño desde que entra hasta que se va, a modo de "no aceptaré charlas de compromiso y banalidades". Los que suspiran. Los que se ríen. Los que se duermen. Los que guardan el lugar. Los que piden que le guarden el lugar para ir a hablar por teléfono afuera.

Todo. Todo fue bastante entretenido para los casi noventa minutos de espera que tuve en el salón principal del banco, iluminado por el sol matutino que entraba para encandilar a cajeros, guardias de seguridad y civiles.
Pero nada fue más divertido e inesperado y cambiante que la expresión de los que abrían la puerta y veían las casi dos horas de espera, haciendo fila en el banco.

2 comentarios:

Automne dijo...

Esas caritas de inocencia, con los ojos bien abiertos como platos, son tremendas! Una se siente "más fuerte" sabiendo que ya pasó esa situación, y hasta se genera una cierta "complicidad", una "empatía", un: "Sí, ya sé, no me digas nada: no lo podés creer... (yo tampoco lo pude creer...)". Momentos...
Beso y buen finde larguísimo!

Marbot dijo...

Posta que daban ganas de desnudarse y salir cantando "Freeeedom, freeeedom!" como aquella publicidad de pañales. Ah, al menos te quedó este post. Supiste aprovechar el partido (por los noventa minutos, digo).