sábado, 19 de enero de 2013

Abuelos


Afuera, la siesta interminable creaba pequeños oasis en los árboles de la vereda. Oasis que nadie usaba, porque a la hora de la siesta, bien se sabe por estas zonas, se hace siesta. Todos, sin ningún pero y sin chistar, esa hora, hora y media, dos, se tenía que dormir. Sobre todo en esa casa.
La retenía adentro la habitación fresca, gracias a la oscuridad y las paredes de barro, las sábanas lisas por el uso y con ese olor particular. Además, la idea de salir de allí tropezaba con la mirada entredormida de la abuela, justo en el paso antes de la puerta de salida. Así y todo, el camino era conocido y nada podía interferir con la libertad.
Dos pasos hasta el borde, cinco o seis para la punta de la cama, y otros tantos hasta la puerta sin cortinas ni abertura. Otro pasito más, con más silencio que el que venía logrando y abrir la puerta alta de madera con un leve rechinar de sus bisagras, que no era ruido ante los ronquidos del abuelo, durmiendo en el cuarto de al lado, el de invitados.
Afuera también estaba oscuro, pero era una oscuridad marrón gracias a la cortina. La cocina, con ese olor a verduras hervidas y a carnes, el piso desigual y el aparador de vidrio. En el comedor, el mueble que despertaba la curiosidad... tacitas y vasos chiquitos, de esos que el abuelo hace rato no usaba con un licor dentro, las copitas de igual tamaño, las tizas. Los piolines y las cartas, los mantelitos. En la mesa, la birome y la tira de papel apenas manchada con los números del chinchón del día anterior daban lugar al juego. El florero con esas flores siempre entre frescas y marchitas, con el olor característico.
Aunque la puerta del frente de la casa estuviese cerrada, no era un impedimento para que levantarse en silencio a la siesta en la casa de mis abuelos, no fuera divertido...*

* Estos días estuve durmiendo con una almohada a la que mi vieja puso una de esas sábanas heredadas de la abuela y, ante la charla de postres y manzanas al horno, recordé el olor de esas que hacía mi abuela en el horno de barro. Olor que nunca volví a sentir, por más bueno que fuese el cocinero.

5 comentarios:

Marbot dijo...

Logré ver lo que veías, en esa penumbra sepia de la siesta :)

Chuli! dijo...

^_^

Automne dijo...

Hola Chuli! Para mí, los abuelos son las personas más lindas del mundo. Yo extraño horrores a los míos... Mi abuela siempre me compraba golosinas; a veces, hacíamos una búsqueda del tesoro de golosinas. Pero... las golosinas siempre las escondía en el mismo lugar. Así que podría decirse que siempre me dejaba ganar! jeje me hiciste sonreír!
Un besote!

Chuli! dijo...

JAJAJA! Me encantan las historias con abuelos. Los míos eran y son (mis abuelos maternos son los únicos que conocí, mi abuelo murió hace unos 6 años..) la típica imagen de 'abuelo': viejitos, canosos, con arrugas y a veces anteojos. Jugaban a las cartas, tomaban mate bajo el parral, tenían una huertita y gallinas. Ellos me enseñaron el gusto de las comidas 'de la abuela/o'... no hay otro similar.

Me encanta esa sonrisa. Si hasta me la imagino :) Gracias!

Sabina dijo...

Pucha, qué ganas de dormir fresquita la siesta me dieron!
un pinturita lo tuyo, Chuli!