jueves, 29 de noviembre de 2012

Rhinocéros (Rinoceronte) - Ionesco

En estos días en los que empiezo a transitar mis ansiadas vacaciones, tengo mucho tiempo libre. Durante todo el año me digo: "ya voy a tener tiempo y voy a leer este libro, este, este otro..." Y así es. Pero por suerte, durante el año, una de las exigencias académicas, es leer libros. Libros en francés que han trascendido las fronteras para pasar a ser obras universales.
Por eso, mi tarea de estas vacaciones será hacer en una breve reseña de algunos de los libros que leí durante el año y de los que vaya leyendo en el verano.

Para empezar, les dejo una joyita del teatro del absurdo, de mediados de siglo pasado (tengo que admitir que es la primera obra de teatro que leo, fui algo reticente al empezar a leer algo de este tipo... ¡pero bien valió la pena animarme!)
Rhinocéros (Rinoceronte), título original de la obra de Eugène Ionesco, un rumano nacionalizado francés, que fue uno de los principales representantes de La Résistance durante la segunda guerra mundial y un  ferviente defensor de los derechos del hombre, tan denigrados por esos tiempos.
Escrito en el año 1959, Rhinocéros es una magnífica metáfora de cualquier totalitarismo, en cualquier punto del planeta, en cualquier tiempo. El nazismo y el fascismo estaban en boga por los años en el que el autor escribió esta obra, pero bien podría aplicarse la idea de "los rinocerontes" invadiéndolo todo a cada uno de los totalitarismos conocidos por la humanidad (de hecho, Rumania, país natal de Ionesco, tenía lo suyo por esos días).
Relato situado en una ciudad surgida de la imaginación de Ionesco, con los típicos representantes de una clase media de mediados de siglo. En ellos están todos: Berenger, el incrédulo y resistente, Jean el hombre ideal, los comerciantes, los hombres y mujeres de oficina, todos. Y absolutamente todos estarán involucrados en estos cambios que comenzarán a visualizarse a lo largo de la obra.
Dinámico, magnífico y sobre todo absurdo, para leérselo de un vistazo y volver a releerlo. Para tener en cuenta cuán absurdas son, justamente, algunas situaciones que el hombre va repitiendo con el tiempo.


domingo, 11 de noviembre de 2012

Libertad

Poesía francesa de la Resistencia, durante la segunda Guerra Mundial. Paul Éluard... Dedicado a una amiga a la que le gusta el poder de las palabras ;)
Voy a caer en la obviedad de decir que en francés se lee mucho mejor, ya que el autor lo escribió en su lengua y pensó mucho en la aliteración de la palabra "sobre" (sur en el idioma original) y en muchos fonemas franceses. Si saben algo (aunque sea alguito) de fonética francesa, lean el original aquí.


Sobre mis cuadernos de colegial 
Sobre el pupitre y los árboles 
Sobre la arena sobre la nieve 
Escribo tu nombre 

Sobre todas las páginas leídas 
Sobre todas las páginas en blanco 
Piedra, sangre, papel o ceniza 
Escribo tu nombre 

Sobre las imágenes doradas 
Sobre las armas de los belicosos 
Sobre la corona de reyes 
Escribo tu nombre 

Sobre la selva y el desierto 
Sobre los nidos sobre las retamas 
Sobre el eco de mi infancia 
Escribo tu nombre 

Sobre las maravillas de las noches 
Sobre el pan blanco de los días 
Sobre las temporadas desposadas 
Escribo tu nombre 

Sobre todos mis trapos de azul 
Sobre el estanque sol enmohecido 
Sobre el lago luna viva 
Escribo tu nombre 

Sobre los campos sobre el horizonte 
Sobre las alas de los pájaros 
Y sobre el molino de las sombras 
Escribo tu nombre 

Sobre cada soplo de aurora 
Sobre el mar en los barcos 
Sobre la montaña lunática 
Escribo tu nombre 

Sobre la espuma de las nubes 
Sobre los sudores de la tormenta 
Sobre la lluvia gruesa e insípida 
Escribo tu nombre 

Sobre las formas que centellean 
Sobre las campanas de los colores 
Sobre la verdad física 
Escribo tu nombre 

Sobre las sendas despertadas 
Sobre las carreteras desplegadas 
Sobre los lugares que desbordan 
Escribo tu nombre 

Sobre la lámpara que se enciende 
Sobre la lámpara que se apaga 
Sobre mis casas reunidas 
Escribo tu nombre 

Sobre el fruto cortado en dos 
Espejo y mi habitación 
Sobre mi cama vacía 
Escribo tu nombre 

Sobre mi perro codicioso y tierno 
Sobre sus orejas elaboradas 
Sobre su pierna torpe 
Escribo tu nombre 

Sobre el trampolín de mi puerta 
Sobre los objetos familiares 
Sobre el mar del fuego bendito 
Escribo tu nombre 

Sobre toda carne concedida 
Sobre la frente de mis amigos 
Sobre cada mano que se tiende 
Escribo tu nombre 

Sobre el cristal de las sorpresas 
Sobre los labios atentos 
Bien sobre el silencio 
Escribo tu nombre 

Sobre mis refugios destruidos 
Sobre mis faros aplastados 
Sobre las paredes de mi problema 
Escribo tu nombre 

Sobre la ausencia sin deseos 
Sobre la soledad desnuda 
Sobre las marchas de la muerte 
Escribo tu nombre 

Sobre la salud vuelta de nuevo 
Sobre el riesgo desaparecido 
Sobre la esperanza sin recuerdos 
Escribo tu nombre 

Y por el poder de una palabra 
Reinicio mi vida 
Nací para conocerte 
Para nombrarte 

Libertad
(Paul Éluard, Liberté)

viernes, 9 de noviembre de 2012

La Magdalena

Por estos días, la literatura francesa de fines de siglo XIX y principios del XX, forman gran parte de mi rutina. Entre libros y fotocopias, apuntes y biografías, está el extracto del texto de La Madeleine (La Magdalena), de Marcel Proust.
Lo elijo para compartirlo acá porque sé que hay varios a los que nos ha pasado alguna vez sentir un olor, un gusto, una textura, que nos remita a nuestra infancia. Solo copio un pedacito, el resto del texto lo pueden seguir leyendo en la página a continuación.

Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí.

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